Cientos de niños talibés (estudiantes de escuelas coránicas), emprenden a diario su periplo por las calles de Dakar (Senegal) en busca de limosna, tal como os contamos en marzo en el artículo ‘El país de los niños mendigos’. Es imposible no verlos, caminando con su cruz, masticando su hambre entre el caótico ajetreo de la ciudad. Una estampa tan repetida y cotidiana que termina siendo ignorada. La mayoría procede de comunidades rurales de la región de Kolda, al sur del país. Comparten el destino de haber dejado atrás sus hogares y su infancia al ser entregados por sus familiares a una ‘daara’ (escuela coránica), o cedidos a un ‘marabú’ (o ‘morabito’), directores de estos centros, con el propósito de que reciban una educación religiosa y aprendan el Corán. Una vez en la ciudad, subsisten en precarias condiciones y son obligados a mendigar para financiarse, teóricamente, los gastos de manutención. Conviven con otros niños talibés, forjando entre ellos una especie de alianza. Hablan constantemente en plural usando el término “nosotros”, reafirmando así su lugar dentro del grupo, donde se encuentran más a salvo y comparten las desdichas de una infancia rota. Sufren el desamparo, el anhelo de sus familias y los golpes de una vida que no eligieron. Detener los ojos ante los de estos niños no resulta fácil. Son miradas cansadas que no logran expresar ni tristeza, ni alegría y, en muchos casos, evocan el abismo. Niños sin infancia, sin amor maternal, sin un simple balón, sin escuela, sin hogar y sin comida suficiente. Son víctimas de un fenómeno permanente, consecuencia de un sistema religioso, educativo y económico muy arraigado. Un problema complejo que la caridad y la ayuda de los buenos corazones no resuelven. Que demanda soluciones políticas y medios contundentes para aplicar el cumplimiento de los derechos y la protección de los menores. Los talibés no sólo comparten las penas, también la pasión por el fútbol. Y todos, un sueño: “Ser el mejor jugador del mundo”. A la espera de tal quimera, ganan batallas al desaliento escribiendo sus nombres en la espalda de sus camisetas, emulando a jugadores multimillonarios. Mientras sobre el asfalto ardiente, tatúan a diario la huella de sus pies descalzos. Estos son algunos de sus testimonios, sus miedos e incertidumbres. Pero también sus sueños. (*) Para salvaguardar la identidad de los menores, en este reportaje no aparecen nombres reales (**) Artículo publicado con ayuda de la UN Foundation.